Se levanto a eso de las tres de la tarde. Le dolía todo el cuerpo, como es lógico después de catorce horas de sueño. Cuando se metió en la ducha, al enjabonarse comprobó que una vez más le dolía el cuello. “Tengo que cambiar de almohada, de hoy no pasa”. Todas las mañanas pensaba lo mismo, y sin embargo nunca lo hacia.
Comenzó a limpiar los restos de la fiesta de la noche anterior. Tenía vagos recuerdos de la última hora, pero eso era ya algo habitual. “Ninguna fiesta es buena sin alguna que otra laguna”. Así pensaba ella. Eso era lo normal.
Mientras limpiaba el baño, encontró un condón dentro de la taza y pensó: “Vaya, finalmente lo hicieron. Y mira tú por dónde, que no se les ocurre otro lugar donde tirarlo que en el único sitio en el que flota; menuda ocurrencia” Lo cogió con la mano y tiró de la cadena. “Je, je, alguien tubo un gatillazo anoche” Pensó mientras miraba aquel trozo de látex vacío. Se lo llevó a la cocina con el brazo estirado hacia delante y con un trozo de papel higiénico en la otra mano para que no gotease.
Cuando tiró el condón a la basura, sintió algo que habitualmente solo sienten las mujeres. Alguien le estaba mirando el trasero. “No le culpo, quizás debería haberme puesto algo menos sugerente que este tanga al salir de la ducha”. Pero cuando giró la cabeza hacia la ventana, no vio a nadie.
Vivía desde hacia dos años en esa casa. Era una vivienda unifamiliar, como la describió el propietario. Un criadero de termitas adosado a la casa de los “Monster” era como lo describiría ella, si alguien le preguntase. Solo tenía un piso, mientras que todas las demás de aquella calle, tenían como mínimo dos e incluso dos y ático. Pero la casa que tenia enfrente, la de los “Monster”, era un caserón abandonado de tres pisos que alguna vez había sido una verdadera mansión con estilo. En todos los ventanales excepto el que daba al porche, se veía aquella casa digna de un libro de Stephen King. Al lado contrario estaba el garaje, así que no había ventanas.
Aunque no era habitual en ella, se sintió avergonzada de ir por la casa en tanga y sujetador así que fue al armario y se puso una camiseta. Cuando se miró al espejo que estaba en la puerta de su habitación, volvió a sentir esa sensación. Giró su cabeza y...
Solo vio moverse las cortinas, pero para ella eso era suficiente. Se había sentido observada toda la mañana, y ahora por fin veía que estaba en lo cierto. Alguien la miraba a través de aquellas cortinas. Lo más inquietante era que nadie vivía en la casa de enfrente desde hacia tres años...