La nube

Un estruendo ensordecedor le hizo despertar sobresaltado de la siesta. Tardó unos instantes en situar su aturdida mente. Encendió la lamparita de la mesilla y cuando lo hizo aun se oía en la lejanía un profundo sonido que emanaba de todas partes y de ninguna. El sonido cesó, pero había sido tan profundo y a la vez se sintió tan lejano que Eduardo no tenía la más mínima duda. Algo terrible acababa de ocurrir. Se vistió con lo primero que encontró en la silla situada convenientemente al pie de su cama, que siempre rebosaba ropa, y tras calzarse las deportivas, abrió la puerta del cuarto y comenzó la búsqueda. Quería encontrar respuesta a una duda muy lógica. ¿Qué narices había pasado?

Salió por la puerta de su casa y miró a su alrededor.  No vio nada en el frente de la casa salvo el camino de entrada. El cielo estaba salteado con nubes, pero por lo demás estaba de un azul esplendido. Sin embargo no se quedo conforme y rodeó la casa por el jardín hacia el patio trasero. Tras doblar la esquina de la casa se quedó paralizado. Aturdido trató de ordenar las ideas que surgían de su mente, ¿Qué diablos estaba viendo?

A lo lejos, donde debería haber estado el centro de Vitoria, solo veía un banco de niebla espeso y totalmente estático. La niebla estaba como a unos dos kilómetros y no dejaba ver nada. Pero era extraño, porque salía humo como por debajo de la niebla, humo negro y espeso. Empezó a caminar hacia allí sin quitarle la vista.

Una vez recorrido el primer kilometro, sus ojos comenzaron a entender lo que veía. Aquello no era niebla. Sintió como se le revolvía el estomago y una nausea le hizo agacharse. Trato de controlar el vomito, pero instantes después estaba echando por su boca la comida a medio digerir.

Cuando levantó la cabeza se sentía mejor, aunque el nudo en el estomago permanecía ahí. Miró alrededor suyo y vio que en realidad no estaba solo. Había gente por todas partes. Gente sentada en el suelo, gente corriendo, algunos hacían grupos y se abrazaban. De pronto fue consciente de todo. Los gritos, sirenas y el rugir de coches huyendo a toda velocidad. Huyendo de aquella escena apocalíptica. De alguna manera había ignorado todo ese ruido y a esa gente mientras se acercaba. Debo estar en estado de shock, pensó.

A esa distancia no cabía ninguna duda de lo que estaba viendo. Una inmensa masa con forma de nube había caído sobre el centro de Vitoria y llegaba hasta la rotonda de Latinoamérica. El aspecto era de nube, pero de cerca se percibía como una piedra de proporciones gigantescas. La nube había aplastado en su caída edificios y todo lo que había en su paso hasta unos dos metros del suelo. Por debajo de la misma se veía salir de vez en cuando a personas. Personas llenas de polvo blanco hasta el alma. Personas medio agachadas, llorando y corriendo presas del pánico.